Hay dos formas de medir el territorio. La primera es la que ofrecen las enciclopedias. Se sabe que la Patagonia abarca el sur de Argentina y Chile. Que fuera de la Antártida, fue el último lugar habitado por el hombre y que esa condición extrema hace que los viajeros, aún hoy, quieran aventurarse y explorar sus confines. También es conocida la presencia del Parque Nacional Los Glaciares, una extensión que parece infinita y en la que se alojan más de 300 glaciares, de los cuales 47 descienden del Campo de Hielo Patagónico Sur. Esta condición los vuelve accesibles y hace de su principal exponente, el glaciar Perito Moreno, un ejemplar único en su clase, con un frente de 5 kilómetros de ancho y una altura de 60 metros sobre el nivel del lago.
La segunda forma de medir la Patagonia nace, en cambio, de la información que no figura en los papeles y se aloja en un espacio inasible: la sensibilidad de los viajeros. Una cosa es saber cuánto mide el Perito Moreno, pero otra muy distinta es pararse frente a una maravilla natural -en 1981, el Perito Moreno fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco- y escuchar el crujir grave de sus grietas. Todo lo demás también es experiencia y paisaje. Los cerros, las montañas, los lagos, los ríos y la aridez de la estepa combinada con todas las formas del hielo, hacen de cada paraje un escenario dramático y estético. Un lugar al que siempre se querrá volver.
EOLO está en el corazón de ese universo. A pocos kilómetros de la Cordillera de los Andes y a sólo 45 minutos del Parque Nacional Los Glaciares, el hotel retoma la impronta de la geografía que lo rodea y la reescribe en clave de confort. No sólo por la comodidad de sus instalaciones, sino por el abanico de propuestas para recorrer la Patagonia. Porque EOLO es un destino, pero es también un punto de partida desde el que es posible abrirse a un escenario inmenso. Tan inmenso -y tan desmesurado- como el ojo humano.